
La muerte de mi abuela estaba próxima, y como anunciaba hace varias semanas llegaría.
Eran las 11 de la noche cuando el maldito teléfono sonaba para darme la noticia.
Sus 85 años no dieron más de sí, y acompañados de una maldita enfermedad se la llevaron a un mundo que esperamos sea mejor.
No me encontré mal del todo, porque pude despedirme de ella varias veces, antes de que marchase. Pero de igual modo, siempre acaba doliendo.
Se fue, y nos dejó huerfanos a todos.
La madre de todas las madres se ha ido.
La madre que siempre se desvivió por todos y cada uno de sus descendientes...
La abuela...
Supongo que no será egoísmo lo que sentí mientras velaba su sueño eterno, pero sentí paz.
Mi madre se ha reunido con su madre... y casi puedo llegar a sentir lo que ella estará sintiendo.
Ahora están padre, madre e hija unidos para siempre, sin que nada ni nadie pueda interrumpir su unión. Y es por eso que sentí paz.
Ahora sé que mi madre está con una de las personas que más quería aquí en la vida mundana: su madre.
La peor parte de todo esto se queda aquí, pues somos nosotros los que lloramos la muerte, lloramos la partida hasta que nos reunimos.
Pero la vida es así... tendrá uno que llorar hasta que la muerte te deje sin lágrimas que derramar.
Hasta que la muerte nos separe de todo el sufrimiento que vivir conlleva...
Aún no he logrado llorar su partida... Quizá me he convertido en esas personas que no pueden desahogar lo que sienten en el mismo momento...
Fui incapaz de derramar una lágrima, aunque mi corazón estuviese helado.
Quizá porque ya era lo mejor que podía pasar...
Porque ya no quedaban alternativas... Porque ya no había antídoto suficiente para calmar el dolor que ella sentía.
Siempre guardaré el calor que solo ella supo darme, el cariño que me guardó siempre y que cada vez que me veía me daba con inmensas caricias y besos.
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